El confinamiento, el cubrebocas y el distanciamiento social, prácticas extendidas en países de América Latina, se han aplicado de forma muy dispar en México, donde parte de la ciudadanía sigue escéptica al coronavirus, aunque ya superó las 100 mil muertes y el millón de casos.
Uno de los factores que ha provocado esas elevadas cifras es la desconfianza de los mexicanos a la información científica porque, a pesar de la dureza con la que la enfermedad ha atacado a una porción de la población, otra parte sigue sin reconocer la existencia del virus SARS-CoV-2.
“Debemos reconocer que en una sociedad como la mexicana no existe preparación científica desde edades tempranas”, dijo en entrevista con EFE el investigador Rodrigo Martínez, del Departamento de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM).
“Si lo vemos con rigor, nuestra educación básica, e incluso a nivel medio superior, carece de formación científica”, añadió.
Un ejemplo es un estudio de la Royal Society Open Science de Gran Bretaña, que indicó hace un mes que 33 por ciento de los mexicanos considera “muy factible” que el coronavirus se haya creado en un laboratorio de Wuhan, China, y “no cree” que haya surgido de manera natural.
La negación
Para Martínez, en México prevalece un tipo de educación que mezcla tradiciones familiares, mentalidad cotidiana y una formación, incluso religiosa, que tiende al conservadurismo.
“Por lo tanto, cuando hay fenómenos que no podemos entender bien, lo más seguro es que se apueste por descreer de ellos o negarlos porque no estamos acostumbrados al lenguaje de la ciencia”, apuntó.
Por esa falta de educación científica o de acercamiento a la divulgación, “existe un desconocimiento de cómo funciona la ciencia y cómo verla en la vida cotidiana”, expuso.
“Muchas personas descreen de esto (COVID-19) y en muchos casos llegan a hartarse de que no exista una solución inmediata o una respuesta universal que les permita controlar la incertidumbre que ha ocasionado esta pandemia”, comentó.
Además, señaló que la sociedad mexicana posee una mentalidad que “tiende a relacionar cualquier fenómeno inexplicable o incierto con creencias preestablecidas”.
“Ese sector que no cree está más dispuesto a aceptar sus propias convicciones, creencias y explicaciones”, observó.
A mediados de julio, una encuesta del periódico El Financiero reveló que en México, a pesar de las cifras de decesos y contagios, 9 por ciento de los mexicanos negaba la existencia del coronavirus, mientras que otro 5 por ciento no opinó.
Según el estudio, quienes más cuestionaban la existencia del virus eran jóvenes de entre 18 y 29 años.
Cosmogonía indígena
En México, casi 25.7 millones de personas de los más de 120 millones de habitantes se identifican como indígenas, quienes están integrados en 68 pueblos que también han padecido la pandemia.
En Chiapas, la cosmogonía de la etnia tzotzil cree que las deidades protegen de todo mal sobre la tierra y a ello le achacan el número reducido de muertes por COVID-19, dijo a Efe el promotor cultural Mariano de Jesús Pérez Hernández, habitante del municipio de Zinacantán.
Los tzotziles, detalló, recuerdan las palabras de sus antepasados y hacen memoria sobre las pasadas pandemias y cómo las erradicaron.
Las leyendas orales dictan que entre las montañas de Chiapas existen puntos sagrados a los que acuden curanderos rezadores y músicos a pedir protección para los pueblos.
“Al saber que venía una pandemia, una enfermedad muy fuerte desconocida, se tiene la cosmogonía de que las deidades pueden contrarrestar con rituales y rezos la enfermedad y son las autoridades religiosas tradicionales quienes se organizan para ir a esos lugares (puntos sagrados) a ofrendar velas”, contó.
Medicina tradicional
Al menos 10 mil 419 casos y mil 494 muertes de COVID-19 han sido de personas indígenas, de acuerdo con el último reporte de la Secretaría de Salud el 22 de octubre.
Una historia de esos miles de contagios la contó a Efe, Manuel San Juan, habitante de la comunidad de San Juan Chamula y pastor evangélico, quien aseguró que estuvo 35 días postrado en cama por COVID-19 y su cura fue el limón, miel y un medicamento que no reveló.
“La enfermedad llegó, yo no tenía calentura (fiebre), tenía frío, frío y calor. Ahora sigo vivo gracias a Dios, estoy sano, estoy libre. Le dio (el contagio) a todos mis hijos y ninguno murió, somos 55 en total y todos estamos vivos”, dijo el evangélico, quien probó diferentes hierbas para sanarlos.
Pero no todos corren con la misma suerte de Manuel San Juan.
Otros no van al centro de salud por temor o creen en charlatanes y mueren en casa.
“En Chamula hay usos y costumbres, van con el curandero y así se murieron muchos chamulas. Mucha gente murió porque fue con charlatanes que dice mentiras y prenden veladoras, pero para mí fue mejor tomar limón y miel”, indicó el pastor.
Los tzotziles, que ahora son protestantes en su mayoría, dicen que su única protección es Cristo.
“Dios es mi escudo, solo estoy esperando la muerte como él lo ha dicho, es por eso que no tenemos miedo al COVID-19, no hay necesidad de cubrebocas, solo lavarse bien las manos”, dijo a EFE uno de ellos.
Para el promotor cultural de Zinacantán, la desconfianza y la limitada economía en muchas regiones de Chiapas trajo de vuelta los conocimientos ancestrales de la herbolaria, estudio de las plantas medicinales.
“En Chiapas la herbolaria ha funcionado ahora y siempre. No sabemos si tuvimos la enfermedad porque no hubo una prueba, pero teníamos los síntomas como tos, fiebre, dolor de cabeza y fue la medicina herbolaria la que nos funcionó y ayudó a nuestro organismo”, aseveró.