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Vacunas, pero pórtese bien

Estados Unidos propone y México dispone. Lo hizo el presidente Andrés Manuel López Obrador con Donald Trump, y ahora lo hace con Joe Biden.

Con el primero compartía ideología y le tenía miedo; con el segundo sólo le tiene miedo y necesidad de él. Si quería dosis para enfrentar su creciente déficit de vacunas anti-Covid, tenía que aplicarse, y por la cronología de sucesos, la demostración que López Obrador tenía que darle a la Casa Blanca era poner freno a la inmigración centroamericana en la frontera sur, y que dejara de ser laxo en su política migratoria.

Trump y Biden resultaron lo mismo, aunque con diferentes métodos: el primero dio golpes en la mesa para lograr su objetivo; el segundo utilizó la diplomacia y cambió aranceles por vacunas para alcanzar su meta.

Funcionarios mexicanos repiten que no se trató de un quid pro quo, y Roberto Velasco, director para América del Norte de la Secretaría de Relaciones Exteriores, declaró a The New York Times que las vacunas y la migración son temas separados. Pero, como se suele decir, son demasiadas coincidencias para ser coincidencias, sobre todo por los antecedentes. La posición de López Obrador con Biden como presidente electo imposibilitó la construcción de una relación fluida. La relación bilateral había sido muy tortuosa, incluso, en los últimos meses de Trump, por los casos del general Salvador Cienfuegos y Julian Assange.

Desde que el Presidente ordenó divulgar los documentos de la DEA sobre el general Cienfuegos, el entonces embajador Christopher Landau, como represalia inmediata, desarticuló todos los enlaces de la embajada con el gobierno, así como los contactos con los servicios de inteligencia. Y cuando López Obrador anunció que le daría asilo político a Julian Assange, le hizo un extrañamiento a Ebrard, quien se había enterado de la idea del Presidente al mismo tiempo que el diplomático, en la mañanera. Ebrard estaba bastante molesto, pero fue a un acuerdo con López Obrador del que salió peor, porque el Presidente le pidió que hiciera gestiones inmediatas con el gobierno inglés para que les entregaran a Assange.

López Obrador, que desconoce, entre otras cosas, cómo funciona la política exterior, dejó a México sin contactos con Estados Unidos, que sólo se dieron por iniciativa de Washington, que lo ha reducido a un papel reactivo. Por eso, cuando le pidió a Ebrard retroalimentación de Washington a su reunión virtual con Biden, le respondió que no tenían ninguna. El gobierno ha tenido que bailar al ritmo que le marca Washington, por el profundo desconocimiento de López Obrador de cómo funcionan allá.

En el tema migratorio, como le sucedió con Trump, minimizó las señales de molestia, y dejó de atender la migración hacia Estados Unidos. Cuando los funcionarios estadounidenses se quejaron hace unas semanas de ello, los mexicanos dijeron que no era cierto. Lo que vino después siguió el libreto que utilizan en Washington para presionar. Primero vinieron las notas de prensa en The Washington Post, The Wall Street Journal Los Angeles Times sobre la creciente crisis migratoria en la frontera con México, y el alto número de niños no acompañados. Luego señalaron que la presión en instalaciones fronterizas, particularmente en Texas, era resultado de la incapacidad del gobierno mexicano para frenar la migración centroamericana. Entonces se publicó en el Times que el gobierno de Biden estaba presionando a México para que resolviera el problema.

El propio Biden, señaló el Times, le pidió a López Obrador hacer algo al respecto durante su reunión virtual, y de acuerdo con las corresponsales del diario neoyorquino, la petición específica fue que fortaleciera su vigilancia en la frontera con Guatemala. ¿Qué sucedió ayer? Ebrard anunció que, por razones sanitarias, se cerraba todo el tránsito no escencial en las fronteras norte –¿a quién querrá engañar el canciller?–, una medida que lleva un año, y sur, con lo que México hará, al final de cuentas, lo que pidieron los estadounidenses.

La respuesta a su cesión no se hizo esperar. Una vez más, tocando por partitura. Primero, una filtración a la agencia Reuters anticipó que darían en calidad de préstamo 2.5 millones de vacunas a México, y después, la vocera de la Casa Blanca, Jen Psaki, agregó que aún faltaban por definirse algunos detalles, lo que explica por qué hasta hoy tendrá López Obrador la respuesta oficial de Biden. Psaki subrayó también que el tema migratorio y las vacunas no estaban vinculados, aunque se empalmaban. A una pregunta directa sobre si había condicionamientos en el briefing diario de la Casa Blanca, añadió que hay “varias conversaciones diplomáticas –conversaciones paralelas–, (y) muchos niveles de conversaciones”, que se mezclan en las discusiones.

Los eufemismos estadounidenses siempre han sido de antología. Oficialmente, no se dieron vacunas a cambio de incrementar vigilancia fronteriza, pero en la práctica eso sucedió. Por semanas presionaron a México para frenar la inmigración, pero López Obrador no ordenó ninguna acción hasta que lo llevaron a un máximo punto en la negociación para obtener vacunas. A eso se refería Psaki por los niveles de conversaciones. La actitud de México cambió, y lo notaron en Washington.

El secretario de Estado, Antony Blinken, encabezó la negociación en “conversaciones paralelas” con Ebrard –también participó activamente la embajadora Roberta Jacobson, que atiende la frontera con México en el Consejo Nacional de Seguridad–, y como reflejó The Washington Post, “el gobierno se mostró agradablemente sorprendido por la respuesta de México. El gobierno tenía temor sobre las negociaciones con López Obrador, un líder populista que desarrolló relaciones cordiales con Trump”.

Con estos giros coyunturales radicales, es fácil tomarle la medida a López Obrador. No tiene el equipaje de Fidel Castro o Hugo Chávez. Parlotea muchas cosas en Palacio Nacional y arremete contra sus molinos de viento. Pero en privado, es mucho menos determinante y más flexible. No come lumbre. La fiera de las mañaneras, hoy es como lo fue con Trump, un cordero en la Casa Blanca.

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