La consulta busca satisfacer el narcicismo de López Obrador, dado que será la última vez que compita en una elección, se dice. Pero, ¿en verdad todo se reduce a su ego?
La consulta para la revocación del mandato hay que verla en dos etapas.
La primera es la previa al 10 de abril, día de la votación, y la segunda es a partir de los resultados y la movilización.
La primera fase está llegando a su término con la fuerza de un animal político depredador.
El Presidente, el secretario de Gobernación, gobernadoras y gobernadores, promovieron la consulta violando sin escrúpulo la veda electoral. La prensa política ha concluido que la consulta busca satisfacer el narcicismo de Andrés Manuel López Obrador, dado que será la última vez que compita en una elección. Pero, ¿en verdad todo se reduce a su ego?
Parece reduccionista mirar en la vanidad del Presidente el objetivo de la consulta sin buscar nada adicional, salvo jugar semánticamente la no revocación con la ratificación.
Un pensamiento tan complejo como el de López Obrador, y un pasado donde siempre diseña sus estrategias y tácticas electorales más allá de la coyuntura, obliga a imaginarse otros escenarios a partir de las señales que está enviando el Presidente, que suele engañar con la verdad. Uno es si lo que estamos viendo es en realidad el laboratorio para explorar la viabilidad de la extensión de su mandato.
López Obrador ha dicho que él no se va a reelegir, que al terminar su periodo de seis años se irá a su rancho en Palenque y que dejará de participar en la vida pública.
Pero al mismo tiempo ha estado enviando señales que sugieren acciones extraordinarias para situaciones extraordinarias.
Hace unos días, al revisar el avance del Tren Maya, urgió al Ejército a “cuidar y defender” esa obra porque “es en beneficio del pueblo de México”.
En la redefinición del papel del Ejército en la vida pública, ahora le asignó una tarea transexenal, estableciendo el interés popular en el Tren Maya y obligándolo a impedir su freno como un acto de defensa del pueblo.
Defender el Tren Maya es un acto soberano en la visión del Presidente. Una vez más, son sus adversarios los que quieren descarrilarlo, sumando esta semana al gobierno de Estados Unidos por financiar, deslizó, a varios grupos ambientalistas que se oponen al tren. El nacionalismo está en el fondo del llamado presidencial a la defensa militar de la obra. Para trascender él, necesita que las armas se pongan de su lado. Y para que las armas se alineen con él, ha convertido a la jerarquía militar en su cómplice político.
López Obrador sabe que sus obras insignes no existirían sin la participación plena del Ejército, a cuyos generales les ha dado, a cambio, presupuesto, privilegios y poder. Los generales son un sostén y herramienta de legitimidad, involucrándolos incluso, como sucedió el domingo con el comandante de la Guardia Nacional, el general Luis Rodríguez Bucio, en actividades proselitistas. El alto mando no protestó, por lo que en el laboratorio para 2024, ese cruzamiento de línea fue logrado sin consecuencias.
Violentar la actitud institucional de aquéllos que han sido sus garantes, le salió gratis al Presidente, como también ha sucedido con la violación sistemática de la veda electoral. Las leyes no importan; las instituciones tampoco. Se pueden dar excesos y permitir abusos, si cumplen los objetivos buscados.
López Obrador avaló que la jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum, tomara medidas extremas contra la alcaldesa de Cuauhtémoc, Sandra Cuevas, y llevarla al umbral de la cárcel por insultar a policías, hasta que estimó que mantener un conflicto con el coordinador de Morena en el Senado, Ricardo Monreal, que se reunió con López Obrador hace casi dos semanas para pedirle su liberación, afectaría la consulta. Esta decisión obedeció a un equilibrio interno de poder, porque al exterior, la impunidad para cometer cualquier atropello quedó comprobada.
Le ley no lo detiene. La institucionalidad del Ejército dejó de ser con el Estado y se volteó hacia él. Si a alguien no le gusta lo que está sucediendo, ya dijo a través de sus voceros, que creen su propio ejército, porque el fundado en 1913, ya le pertenece a López Obrador. El Ejército era la última frontera del Estado mexicano, y ahora lo es de López Obrador. La “manzana envenenada”, como describió un general en retiro lo que le ha dado López Obrador al alto mando militar, ha logrado su cometido.
Si tiene de su lado al Ejército y el irrespeto a la ley no le genera costo, el laboratorio político en el que se ha convertido la consulta sólo tiene que probar si la candidata de López Obrador para la Presidencia, la doctora Sheinbaum, está a la altura de las exigencias del electorado. A la jefa de Gobierno le sigue inyectando helio para que vuele y la última acción para que muestre su estamina fue el lunes, cuando aclaró que el secretario de Gobernación, Adán Augusto López, no era precandidato a la Presidencia. Sólo ella lo es, pero para serlo tiene que parecerlo.
López Obrador está probando a Sheinbaum, y por los resultados de la consulta se verá su confiabilidad. No será algo definitivo, porque vienen por delante obstáculos mayores para el Presidente, al quedarse sin dinero, enfrentado a Estados Unidos y con un creciente deterioro en su gestión, agravado por un creciente mal humor social. Como se ha podido ver hasta ahora, Sheinbaum no tiene entereza para enfrentar desafíos extraordinarios, lo que obligará a decisiones extraordinarias.
Si la candidata no crece y existe el riesgo de que pierda la elección, López Obrador no tiene ninguna carta de sobrevivencia política a la mano salvo proponer una extensión de mandato, para que, ante el ataque a su proyecto por parte de grupos que responden a intereses estadounidenses, como se ha quejado por meses, la única solución para seguir defendiendo al pueblo es que extienda su gobierno para concretar la cuarta transformación.