Hasta hace poco Blue Demon volaba en la Arena México, Alfredo Adame se peleaba con cazafantasmas, Paquita la del Barrio insultaba a las ratas de dos patas, Carlos Villagrán hacía enojar al Chavo del Ocho, y Héctor Hernández cantaba «El Listón de tu Pelo».
Hoy buscan hacer las leyes del México futuro, o al menos cobrar del erario para fingir hacerlo.
Sin méritos profesionales y de formación que los respalden, en los últimos días la OEM ha destacado las aspiraciones de al menos 26 personajes de la farándula que buscan un cargo público, entre los que también están Lupita Jones, Vicente Fernández Jr., Jorge Campos y Tinieblas, entre otros.
Si seguimos así en estas elecciones intermedias más que boleta electoral va a parecer lotería del TVyNovelas.
Y no es que no exista el derecho a la reivindicación personal o a la aspiración a más sofisticadas maneras de pensar y ganarse el pan, pero, a diferencia de los escenarios, en el servicio público los errores cometidos los pagamos todos.
Por supuesto los congresos y alcaldías no han estado caracterizados como semilleros del pensamiento vanguardista del México que merecemos. Más veces de las que uno quisiera reconocer nuestros legisladores y gobernantes han generado profunda vergüenza.
Se me acabarían los bites recordando todas las tomas de tribuna violentas, discursos absurdos, propuestas estúpidas, insultos, o de plano crímenes perpetuados por quienes se jactan de ser políticos profesionales.
Y ese es precisamente el problema. La irrupción de famosos a la política sin un perfil suficientemente robusto que les justifique abona aún más a la decadencia por la que atraviesa el servicio público.
Hay evidencia que indica que el desempeño en puestos públicos de personajes de la farándula no eleva el nivel de discusión: Laura Zapata con su clasismo recalcitrante, Carmelita Salinas y su pícara irrelevancia en asuntos serios, Lilly Téllez brincando sin pena entre los opuestos de Morena y el PAN, Sergio Mayer haciendo el ridículo cada vez que se lo permiten, Cuauhtémoc Blanco como el gobernador más impopular del país, y Ernesto D’Alessio campechaneando su vida actoral con la política.
A México le ha costado décadas construir instituciones públicas y privadas formadoras de profesionales capacitados para identificar las carencias de este país, estudiarlas y formular propuestas para atacarlas.
El talento intelectual para hacer política existe.
En cambio, los partidos políticos han decidido ignorarlo y redoblar su apuesta por la catafixia de popularidades personales a cambio de votos. Es así como demuestran que no tienen empacho en degradar su capacidad para legislar y gobernar de manera inteligente, civilizada y vanguardista.
Que nos avisen mejor si les sobran curules para ir pidiendo que se les reduzcan.
Esta prostitución política no es nueva, pero lo que sí es nueva es la profunda crisis de credibilidad en los sistemas políticos en todo el mundo.
En su irresponsabilidad, los partidos no entienden que la gente común está hasta el copete de los mismos gobiernos de siempre, o medio lo captan y han decidido darnos circo en lugar de política.
Preguntémosle cómo les fue a los estadounidenses con un presidente salido de los sets de televisión. Indudablemente EU es menos inteligente y relevante de lo que era cuatro años antes.
En México este desencanto fue canalizado de manera democrática hacia la persona de Andrés Manuel López Obrador, quien con todos sus defectos aún se mantiene atado a los principios de la decencia y el trabajo. Para la próxima podríamos no tener tanta suerte.
En el Auditorio Nacional no vamos a encontrar las respuestas a los problemas de este país.