Si partimos de la premisa de su “honestidad” a prueba de balas, suponemos que todo ese dinero, estuvo destinado a la construcción de su movimiento político.
El libro de reciente publicación “El Rey del Cash” (Grijalbo, octubre 2022) escrito por la periodista Elena Chávez, ofrece una mirada cercana, casi íntima al círculo personal de Andrés Manuel López Obrador durante sus largos años de recorridos y campañas interminables.
El libro, lo dice la propia escritora, es un testimonio personal de vivencia a lo largo de 18 años, al lado de quien fuera el particular, vocero, acompañante y hombre de confianza durante casi 20 años, César Yáñez.
Elena fue esposa de Yáñez además de haber sido, ella misma, colaboradora en el gobierno capitalino en los años (2000-2005) cuando AMLO gobernó la ciudad.
El valor testimonial radica en su cercanía, en su acceso a confidencias personales de su esposo, inseparable de AMLO. Desplazamientos, estrategias, detalles incluso de la vida personal del candidato eterno y hoy presidente.
Hay muchos elementos comprobables y del conocimiento político y periodístico desde hace dos décadas.
Por ejemplo, sabemos desde su paso por el gobierno del entonces Distrito Federal, que se pedía (exigía) una cuota (porcentaje salarial) a asambleístas del PRD, a empleados del gobierno, a integrantes del partido. Desde entonces era ampliamente sabido y además, discutido al interior del PRD donde había muchos grupos inconformes con la medida.
Supimos después, años más tarde, de su cercanía y alianza con varios sindicatos que apoyaron, proveyeron y donaron importantes cantidades de dinero a López Obrador. Los maestros, los electricistas, los mineros, los petroleros incluso.
Por supuesto, los trabajadores jamás fueron consultados, era un acuerdo con las cúpulas y los líderes corruptos que disponían de fondos sindicales como si fueran propios.
La premisa fue entonces, y sigue siendo, no dejar rastro de transferencias, pagos, cheques o movimientos. El propio AMLO lo presumió hace años en entrevista pública: “no tengo chequera, ni cuenta de banco, y sólo 200 pesos en la cartera”.
Como líder de oposición sabía bien que una forma de acosarlo o perseguirlo por parte del sistema, era mediante un seguimiento puntual a los cuantiosos fondos que manejó por años. Exigir la disciplina de operaciones en efectivo, evitó que ese fuera un flanco débil por medio del cual pudiera ser auditado, confrontado, acusado de riqueza inexplicable o, en todo caso, manejo de fondos de dudosa procedencia.
Más aún, pudiera haber sido un elemento de presión política contra los empresarios benefactores del líder social, que durante años seguramente hicieron donaciones a sus campañas y giras.
El tema de fondo radica en la finalidad que se le dio a esos recursos. ¿Para qué los utilizó?
Si partimos de la premisa de su “honestidad” a prueba de balas, de su “plumaje impoluto”, de su desapego a lo material –percepción pública muy extendida entre la ciudadanía– suponemos que todo ese dinero, los cientos y tal vez miles de millones que pasaron por sus manos a lo largo de tantos años, estuvieron destinados a la construcción de su movimiento político.
Levantar Morena de la nada, es decir, aprovechando el aparato operativo instalado por el PRD por años y luego transfundido a Morena, representó necesariamente muchos recursos. AMLO lo consiguió, fundó el partido, asambleas y comités en cada estado, líderes locales, movilización y todo lo necesario antes de llegar al poder.
Hoy es otra cosa, porque desde Palacio se pueden conseguir, movilizar, destinar fondos y recursos con poder ilimitado.
Pero hace 5 o 7 años requirió de enormes cantidades de dinero, que, a juzgar por el testimonio de Elena Chávez, lo obtuvo, lo consiguió y lo administró.
Surgen más preguntas, ¿y todo fue a dar al partido?
Es sabida su amplia animadversión por las organizaciones de la sociedad civil, así que de donaciones a causas nobles y justas, seguramente nada. Pagó sueldos, con frecuencia excesivos (50 mil pesos mensuales a su gabinete “legítimo” después de la derrota del 2006) a sus colaboradores e incondicionales.
Como se acostumbra en política mexicana, seguramente pagó y financió campañas múltiples, al Congreso y a gubernaturas locales.
¿Pero y qué más? Fue mucho dinero, de cuya suma me temo, no sabremos jamás.
Recuerde usted aquella organización civil “Los Amigos de Fox”, que desempeñó una función similar al recabar donativos para impulsar la campaña del guanajuatense a la Presidencia, fue auditada y sancionada por la autoridad electoral debido a gastos excesivos y no justificables.
Pero ¿qué se puede decir del dinero que AMLO manejó por décadas?
Elena Chávez asegura que pagó ingresos a sus hijos, a su esposa, pero lo cierto –hasta donde sabemos– es que no hay un rancho espectacular al estilo Duarte o Alito Moreno. Tampoco hay autos, relojes (al estilo César Yáñez) o una gran biblioteca y obras de arte.
Es decir, López Obrador bien puede ser un hombre sencillo y honesto –muchos difieren– que no se enriqueció a costa de este prolongado movimiento que lo llevó a la Presidencia de México.
¿Pero eso lo hace inocente? ¿Es válido disponer de recursos sindicales, sustraer cuotas a empleados públicos y de gobierno, a legisladores, para un movimiento político? ¿O nos van a decir ahora que todo fue voluntario? Porque abundan los testimonios que señalan lo contrario.
López Obrador hizo la proeza de vencer al sistema de partidos, o mejor dicho, crear su propia versión a imagen y semejanza, para irrumpir en el escenario electoral victorioso en 2018. A cuatro años de distancia con el fracaso estrepitoso de su gobierno, inevitablemente, saldrán muchas historias de dineros, consentidos beneficiados, ahorros y reservas para momentos difíciles.
Mucho aún, está por salir a la luz pública.