Cuando un maestro fallece, en cierto modo todos morimos un poco.
La maestra Ana Celia dio cátedra no sólo en el aula, sino también en el curso de la vida. Su presencia cotidiana fue un arquetipo de superación y de enseñanza de calidad: no en vano la finalidad la educación es proporcionar las capacidades y conocimientos necesarios para convertirnos en ciudadanos, desarrollarnos, adaptarnos al cambio y contribuir a la sociedad, y con su partida algo se ha muerto en el alma.
“Su familia la recordará como un ser humano extraordinario, con gran vocación de servicio, entregada a su familia y a su profesión con integridad y rectitud”.
“Fue y seguirá siendo en la memoria de la comunidad Docente un ser humano que vivió dando ejemplo en vida y que deja una profunda huella en todos quienes tuvimos la fortuna de tenerla en nuestra existencia de una forma u otra. Deja un legado y una huella imborrable en cada uno de los maestros que formó con su inquebrantable ética y ejemplo”.