Usted y yo vemos a un hombre que se visualiza con un alto nivel de madurez, como quien fungió como presidente de los Estados Unidos y cada una de esas canas estuvieran justificadas o incluso catalogadas como pequeños trofeos.
Durante ocho años consecutivos, Barack Obama ocupó el despacho oval en la Casa Blanca, y junto a su mujer y primera dama, Michelle más sus hijas Malia y Sasha y las dos mascotas oficiales de la familia: Bo y Sunny, los perros de raza agua portugués habitaron la residencia oficial de los presidentes de los Estados Unidos en Washington.
Una familia que llegó ganándose el voto de la gente, gracias a su carisma, a la enérgica juventud de quien hizo una carrera política desde los peldaños más bajos y sobre todo, cercano a la gente.
Leer a Michelle Obama con su historia de vida, nos abrió a todos una perspectiva distinta de la personalidad y la forma de ser de Barack. A través de los ojos de la mujer que lo vio crecer en la carrera de leyes y en las distintas actividades políticas en las que ambos terminaron entrelazados.
Los Obama no solo fueron una pareja “relativamente” joven que buscaron llegar a la Presidencia frente a John McCain en el 2008 anteponiendo valores tan sencillos y elementales, como la familia, la unión y la cultura del trabajo y del esfuerzo.
Quienes nacimos por ahí de los 80’s, conocimos por primera vez a un presidente norteamericano amigable, con un carisma envidiable y un liderazgo digno de admirarse que lo fue colocando como uno de los mandatarios con profesionalidad, cercanía y sobre todo, empatía.
Gracias al trabajo visual de Pete Souza, los estrategas de imagen y comunicación nos abrieron una puerta a la Casa Blanca y nos convirtieron en espectadores de escenas íntimas entre la familia presidencial, y también de las acciones diplomáticas a las que nunca tendríamos acceso.
Quienes estuvieron a cargo de la primera campaña presidencial de Obama, supieron entender la razón por la que este hombre había subido peldaños desde los grupos estudiantiles, hasta las distintas asociaciones y sectores de la población a quien fue ateniendo durante su carrera.
Entendieron la esencia de quien creció buscando vivir alrededor de libros y no de reflectores, pillaron la vigorosa relación de pareja, la dinámica de trabajar en equipo y de dar solución a la gente, no solo a las instituciones.
Supieron bajarlo a una mesa con un montón de hojas en blanco, para convertir una narrativa de vida en un discurso atinado y palpable.
No había quien no volteara a escucharlo, y la sorpresa es que, en ese momento, se quitó el saco, se desabrochó el botón del cuello, aflojó el nudo de su corbata y se arremangó las mangas de la camisa blanca.
Mandó la señal correcta y elocuente que él estaba allí para trabajar y no era cuando le dieran la oportunidad de ser presidente, sino desde ese momento.
Señales visuales que también conquistan la mirada y nuestro subconsciente, porque comienzan a encender sensores de reconocimiento con quien todos los días, no soporta la rigidez de un traje para trabajar.
Los abrazos y la cercanía como pareja, atinó en la eterna aspiración del amor eterno, de la relación perfecta y del romanticismo, que principalmente, las mujeres deseamos.
Seguro todos sus asesores podían tener claro que lograrían el triunfo, pero quizá no imaginaron el alcance que tendría una pareja presidencial auténtica sin tanta ceremonia, pero con la digna diplomacia que le exige a uno de los mandatarios más importantes del mundo.
La narrativa diaria era ser los mismos, pero con una profunda seriedad del puesto. Por eso los gestos cotidianos en los microsegundos que capturaba Pete Souza o cualquier otro fotógrafo que cubriera la Casa Blanca, nos acercaban a lo inalcanzable.
Trabajaron duro ocho años en materia de imagen y comunicación, porque nuestra percepción fue al alza, y estoy dejando a un lado la política exterior con nuestro país, y la agenda bilateral en temas de seguridad, comercio y sobre todo de migración.
En el 2014 tuve la fortuna de estar presente en la Cumbre de Líderes de América del Norte, donde el presidente de nuestro país, Enrique Peña Nieto recibió a Barack Obama y al primer ministro canadiense, Stephen Harper en Toluca, Estado de México.
El presidente norteamericano arribó en La Bestia, bajó y caminó por el Palacio de Gobierno, la seguridad en su caminar, la personalidad de quien tiene todo el poder y que aunque estuviera allí de invitado, se sabía amo y dueño del lugar.
Recuerdo que nos advirtieron “él no es un rockstar, así que no pueden acercarse y pedirle una selfie.”
Era Obama, el político con mejor manejo de imagen y con una valerosa atracción para los que ni norteamericanos éramos.
Michelle, la primera dama de Estados Unidos decidió dejar de lado la agenda social que la historia y el protocolo marca, y decidió trabajar por causas que complementaran el trabajo de su esposo. La vimos bailando, riendo, cantando, vistiendo de jeans, siendo casual, siendo mamá, siendo esposa y siendo como ella quisiera ser.
No crea que solo porque sí, sino porque todo iba en la misma línea de querer permanecer en el poder bajo una aceptación digna de quien proyecta esa empatía con la gente, ese ligero reconocimiento con los norteamericanos o con las distintas sociedades del mundo.
Siguieron una línea discursiva sin ofensa, agresión o enojo. Era como escribir un manual llamado “Cómo lograr una buena educación política en tiempos de crisis”, y mire que no la tuvieron fácil.
Es por eso que a un par de días del lanzamiento de su más reciente libro A Promise Land, se ha convertido en uno de los más vendidos.
Con una fotografía digna de un trabajo de más de una década, una labor de mujeres y hombres preparados en la comunicación política, en la importancia de contar con una estrategia de imagen y comunicación.
Ese retrato en blanco y negro capturado por el fotógrafo neoyorquino Pai Dukovic, quien se ha especializado en retratos con un estilo visual muy singular, acercándose más a la pintura. Fue parte del equipo de fotógrafos del The New Yorker, ha publicado y trabajado para la revista Time, GQ, Harpers Bazaaar, Rolling Stone, Vanity Fair, W Magazine, y muchas otras publicaciones internacionales.
Los Obama y su equipo, nos hicieron sentirnos parte de su proyecto de vida personal y profesional, obtuvieron nuestra atención con actos sencillos, pero con significados férreos.
Por eso la foto de su libro que hoy tanto vemos, nos lleva a reconocernos como si hubiésemos sido parte de su gestión en el país norteamericano, aunque seamos mexicanos, españoles, argentinos o italianos.
Usted y yo vemos a un hombre que se visualiza con un alto nivel de madurez, como quien fungió como presidente de los Estados Unidos y cada una de esas canas estuvieran justificadas o incluso catalogadas como pequeños trofeos.
Su mirada hacia un punto medio, que refleja un periodo de sosiego, porque no nos está diciendo que aspira de nueva cuenta estar más arriba de lo que ya estuvo y tampoco está mirando hacia abajo diciendo que no desea mirar más.
Su sonrisa tan ancha como su satisfacción por haber logrado sus metas personales y nacionales, sus éxitos le dan esa seguridad de hacer lo que quiera con su boca.
El blanco y negro nos inyecta la posible invitación a un momento de intimidad con él, con el solo hecho de leer sus anécdotas, sus crónicas personales de momentos que solo vimos en la prensa.
Entonces hoy lo que vemos en un Barack Obama, expresidente de los Estados Unidos, es a un hombre que lo hacemos nuestro por sus múltiples aciertos de su equipo de campaña, de transición y de gobierno.
Podría asegurar que los Obama son un buen caso de éxito sobre la importancia del manejo de imagen de quien quiere ser, para después permanecer como presidente y nunca llegar a ser olvidado por lo que fue.