De la tinta de Sergio Almazán.
No son pocas las referencias bibliográficas donde se advierte del papel activo, ideológico y social de las mujeres en el movimiento armado de 1910 en México; aunque regularmente los documentos históricos nos refieran solo a los caudillos y líderes de esta lucha existen evidencias y rastros que deben quedar a la luz de la equidad y la memoria.
Quizá a 110 años de distancia valdría la pena hace una relectura y reescritura de los pasos que mujeres quienes agrupadas en varios colectivos sirvieron a las ideas, las estrategias, acciones militares e incluso de auxilio médico durante los años y tierras donde los revolucionarios libraron luchas.
Además de la conocida Carmen Serdán Alatriste en Puebla, quien enfrentó con enérgica decisión a los huertistas y formó parte activamente de la Junta Revolucionaria y más tarde se entrevistó con Venustiano Carranza para ser parte de los constitucionalistas y trabajar como enfermera en los hospitales militares.
Así junto a sus hermanos se popularizó el activismo de aquella mujer que pronto veremos su imagen en los billetes de mil pesos, circulando y la justicia deberá ser lejos del parentesco Serdán, es decir, reconstruir su propia historia.
En el norte del país, agrupaciones de mujeres se dieron en frentes activos más allá de ser “rieleras”, esposas de los revolucionarios o acompañantes de actividades de batalla, fueron escritoras, periodistas, jefas de grupos armados, ideólogas, críticas y enfermeras.
Como es el caso de Juan Belén Gutiérrez una mujer duranguense que comenzó escribiendo en el diario El Hijo del Ahuizote sobre las condiciones de explotación minera que se vivía en La Esmeralda, Chihuahua, lo que provocó ser encarcelada por su reportaje y denuncias, y en 1899 al salir de la cárcel en Minas Nuevas, conformó junto con otras mujeres El Club Liberal Benito Juárez, siendo el inicio de persecuciones por parte de los porfiristas, más tarde de los carrancistas por sus severas críticas que le llevó a pisar más de tres ocasiones las cárceles de Guanajuato y Ciudad de México, sin embargo no desistió de luchar por los derechos laborales y la voz de las mujeres.
El caso más conocido de las mujeres revolucionarias es el de Adela Velarde quien con rifle en mano y canana como rebozo tomó a los 14 años de decisión -en un mundo de hombres- sumarse a las causas villistas en el Norte para dirigir un grupo de mujeres como Leonor Villegas, Jovita Idar, Lyli Zavala y muchas otras que tomaron su maletín de enfermería, una enaguas, y la máquina de escribir y conformaron La Cruz Blanca Constitucionalista, donde salvaron vidas en medio de la lucha y escribieron correspondencia, diarios de gestas y correspondencia que hoy nos permiten conocer las venas y la carne, la sangre y los pulsos de ese movimiento no solo de caudillos y fotogramas del cine revolucionario de los años, sino un registro que aún falta difundirse con mayor alcance: las mujeres en la Revolución.
“Las Rebeldes” como se registra en uno de los diarios de Leonor Villegas fueron eso, mujeres que fueron enfermeras, telegrafistas, maestras, escritoras, periodistas, revolucionarias, socorristas, memoriosas y acuciosas escritoras que dan cuenta de las otras batallas que se vivieron y tuvieron que librar en el campo de lucha: su lugar como protagonistas de la otra cara de la Revolución Mexicana donde la equidad histórica aún no alcanza su justa dimensión ni expresión. A esa Revolución, las de las mujeres dedico estas líneas y esa conmemoración.