María Blanchard (Santander, 1881- París, 1932), a pesar de ser una de las grandes pioneras del cubismo, continúa siendo una artista desconocida para la mayoría, a pesar de que su obra la define como una de las pioneras de las vanguardias artísticas del siglo XX.
A pesar de las hostilidades y exclusiones que tuvo que superar en un contexto dominado por hombres y con una deformidad física de nacimiento, Maria Blanchard logró insertarse en el efervescente ambiente parisino de Montparnase y ser reconocida por su compromiso con los lenguajes de la modernidad, en especial el cubismo.
María Gutiérrez-Cueto Blanchard nació en Santander (norte de España) procedente de una familia de la nueva burguesía cántabra en 1881, el mismo año que Picasso; y murió en 1932, en París, a los 51 años, donde convivió con lo mejor la vanguardia internacional.
A los 22 años, animada por su familia, se traslada a Madrid para formarse y fue alumna aventajada de Emilio Sala, Álvarez de Sotomayor y Manuel Benedito.
GÓMEZ DE LA SERNA : «LA MÁS GRANDE Y ENIGMÁTICA PINTORA DE ESPAÑA»
Obtuvo varias becas para estudiar en París, primero con Anglada Camarasa y después con Van Dongen y María Vassilieff y pronto se suma al movimiento cubista a través del pintor mexicano Diego Rivera, con quien compartió casa, y quien la apreciaba mucho como pintora: “Su paso por el cubismo produjo las mejores obras de éste, aparte las de nuestro maestro Picasso”.
En 1909 fija su residencia en París, ciudad donde vivirá toda su vida. Picasso, Gris, Jacques Lipchitz, André Lothe…, la tuvieron siempre como uno más del grupo, compartiendo con ellos, taller, exposiciones, veladas nocturnas, discusiones artísticas…. y hasta viajaba con ellos, algo insólito en un mundo de hombres que solo podía ofrecer París.
La vanguardia parisina acogió a la pintora con admiración desde el principio, frente al desconocimiento que mostró el conservador mundo artístico de la España de principios de siglo. Pero siempre hubo excepciones: los modernistas, la generación del 27.
Ramón Gómez de la Serna, periodista vanguardista y crítico de arte, inventor de las greguerías la incluyó en la muestra del Salón de Arte Moderno, titulada “Los pintores íntegros” (1915), donde presentó su obra como toda una revelación, junto a la de Rivera, Luis Bagaría… pero dado en el ambiente conservador madrileño, la crítica se ensañó con el cubismo. Goméz de la Serna la calificó a su muerte como «la más grande y enigmática pintora de España».
«Mujer con abanico» (1916) o «Mujer con guitarra» (1917), ambos en el Museo Nacional Reina Sofía de Madrid son algunos ejemplos “del intenso estudio que realiza sobre la anatomía de las cosas y del peso del color en su pintura”, opinaba Gómez de la Serna.
GARCÍA LORCA “….. COMO AMIGO DE UNA SOMBRA”
Poco después de su muerte en 1932, en un homenaje en el Ateneo de Madrid el poeta Federico García Lorca comenzaba así su ‘Elogio a María Banchard’: «Yo no vengo aquí como crítico ni como conocedor de la obra de María Blanchard, sino como amigo de una sombra…». «Su lucha fue dura, áspera, pinchosa, como rama de encina y, sin embargo, no fue nunca una resentida, sino todo lo contrario, dulce, piadosa y virgen».
Sin embargo, María Blanchard no es un símbolo o ese prototipo de artista-moderna ni pantalla para el deseo tan en boga en los círculos vanguardistas de artista-modelo, al igual que pasó con su pintura, que representó uno de los ejemplos más independientes y comprometidos con la mejor noción de modernidad.
Isabelle Rivière, amiga y primera biógrafa de María Blanchard, la describió como un pájaro salvaje encerrado en una triple jaula: su “cuerpo torturado”, su “corazón ávido” y “el mundo hostil”, es decir, su discapacidad física, su necesidad de arte y de aceptación y las dificultades de la vida
«Cambiaría toda mi obra por un poco de belleza», se lamentaba la pintora, que padecía una cifoescoliosis, enfermedad que le fue encorvando la espalda y generó una joroba y gran sufrimiento a lo largo de su vida. No se casó, no tuvo hijos, ni amantes se la conocen.
Entre 1908 y 1913 fue le periodo de la maduración de una identidad pictórica pese a la normal permeabilidad de las influencias de sus maestros para, a partir de 1913, entrar activamente en el círculo cubista de la mano de Ribera, como plena conocedora de los avances estéticos y formales de la nueva vanguardia, que se suma la movimiento con voz propia.
Al inicio de 1914, María había agotado sus becas, pero estaba ya integrada en un grupo de vanguardia y, junto a Rivera, Gris y Lipchitz, entró en una intensa actividad creativa del París prebélico pero en ebullición.
Al estallar la I Guerra Mundial, se traslada a Madrid junto a otros artistas y compartió estudio con el mexicano. Ambos frecuentaron la tertulia del Pombo.
Obtuvo una plaza de profesora de dibujo en la ciudad española de Salamanca, pero allí se sintió humillada y regresó a París, donde pronto comenzó su relación con el galerista Léonce Rosenberg, famoso marchante y coleccionista, que adquirió muchas piezas de sus obras cubistas para su galería L’Effort Moderne, situándola al lado de Picasso y Braque.
MUERTE DE JUAN GRIS, ABANDONA EL CUBISMO
Su firme convicción artística la lleva a instalarse en 1916 definitivamente en París, donde encuentra cauce libre para desarrollar un trabajo.
En la ciudad de la luz fue reconocida y participa activamente como uno más en el mundo social, en las tertulias de intelectuales y artista donde conoce el fauvismo y el primitivismo.
De esa época es su obra “Mujer con vestido rojo” (1912-1914), en la que muestra cómo se ha desligado del naturalismo decimonónico para adentrarse en las corrientes de vanguardia.
Se acercó al cubismo sintético, adoptando un lenguaje próximo al de Juan Gris, con matices personales en cuanto al uso del color y la luz, pero nunca llegó a la total descomposición de la forma, característica del cubismo analítico, pero asume la influencia cubista y la asimila en su manufactura sumando color y luz.
Un maestro con el que acaba rivalizando formalmente, a partir de 1919, en cuanto a la redefinición del lenguaje sintético para, después de 1927 y coincidiendo con la muerte de Gris, regresar a las técnicas figurativas, “al orden” pero sin abandonar lo ganado.
La muerte de Gris le provocó un gran dolor, que se transforma en un abatimiento general y un grave estado depresivo. Busca consuelo en la religión. Es una etapa de misticismo, de entrega religiosa pero, a pesar de esta crisis personal, siguió pintando sin descanso.
Sumida en una crisis de espiritualidad, y progresivamente aislada, su hermana y su familia se instalan en su casa de París provocando en la artista más cansancio y más gastos. Se refugia en la práctica católica como otros intelectuales moderados europeos por la influencia del filósofo católico francés Jacques Maritain.
Marcada por el avance de sus dolencias físicas, su pintura se vuelve más traslúcida y melancólica: los perfiles de las imágenes se deshacen, la luz se libera y los objetos se desmaterializan y vuelve el lenguaje figurativo.
“La convaleciente” (1925-26), es la visión de la enfermedad, con unas figuras alargadas, recuerda la languidez de la etapa azul de Picasso.
Presa de un físico que la marcó de por vida, que la enjauló y limitó, lejos de anularla, de su interior manó siempre un torrente de talento que fluyó hasta su últimos días. Gerardo Diego la conoce durante su estancia en París y de ella dice: «A mí me admiraba su clarividencia y su profundo sentido del arte y de la vida…«.
DESTACADOS:
+ Coetánea y amiga de Picasso, Braque y Juan Gris, la trinidad cubista, fue una figura clave del cubismo al que aportó en lo formal, austeridad y dominio del color, pero fue relegada, más que al silencio, al olvido.
+ Contribuyó a esta escasa visibilidad el que a su muerte su familia retirara sus obras del mercado, el desdén de la crítica, tradicionalmente masculina.
+ Tras una primera etapa cubista más activa (1913-1919), los años finales de este periodo 1919-1927 fueron los de mayor reconocimiento público y social de Blanchard con la participación en grandes exposiciones junto a los grandes del cubismo.