En 1984 Octavio Paz, Gabriel Zaid y Enrique Krauze publicaron un número de la revista Vuelta al que titularon “PRI: Hora cumplida”.
El ensayo central de Octavio Paz lo ponía en claro: el PRI había cumplido su misión histórica, pasando del militarismo al civilismo, construyendo instituciones.
Era momento de abrir el sistema a la democracia, a la competencia de partidos, al árbitro neutral.
No hizo nada de eso. Todo lo contrario: el “fraude patriótico” que operó en Chihuahua en 1985 despertó a los intelectuales. El temblor de ese mismo año activó a la sociedad civil, ante un gobierno inútil.
En 1988, la dupla Salinas-Bartlett tuvo que recurrir al fraude para conservar el poder.
Salinas tuvo la oportunidad de democratizar a México pero prefirió imponer a su delfín para extender su dominio personal y así le fue, mataron a su candidato y él tuvo que refugiarse en Irlanda.
Zedillo, su sucesor, metió a su hermano a la cárcel y no lo encarceló a él porque México no tenía tratado de extradición con Irlanda. Hoy se hubiera ido a Israel.
El PRI estaba quebrado. Salinas soñó con hacer otro partido, el de Solidaridad (copia de los polacos), pero no le alcanzó el tiempo para hacerlo.
Al PRI de Zedillo no le quedó más remedio que la democracia. En 1997 perdió el control del Legislativo y tres años después la presidencia.
Si Salinas-Bartlett no hubieran hecho fraude, Cuauhtémoc Cárdenas hubiera gobernado el país.
Probablemente de una forma mediocre, pero habría cumplido. López Obrador, que al momento del fraude “calló como momia” y permaneció en el PRI hasta diciembre de 1988, se habría acomodado bien en el neocardenismo y hubiera llegado a presidente municipal de Macuspana. Cierto: el hubiera no existe.
Zedillo se cortó el dedo, sin duda. Tampoco tenía muchas opciones. Designar a su propio delfín, hacer una campaña dispendiosa y ejercitar el músculo del fraude estaba fuera de sus posibilidades.
La noche del triunfo de Fox el comportamiento de Zedillo fue ejemplar, pero tampoco hizo mucho por detener el extraordinario flujo de dinero que salió de Pemex para la campaña de Labastida.
Según recuerdo, por ese apoyo el IFE multó al PRI con la sanción más alta que haya emitido ese instituto. El sello de la casa del PRI hasta el último momento: la trampa.
Luego de la derrota, el PRI –como correspondía–, no se refundó.
Todavía pudo colocar en el gobierno de Fox al secretario de Hacienda a cambio de una transición tranquila.
En el Legislativo, gracias a los oficios de Beltrones, se convirtió en el partido gozne, el partido minoritario sin el cual no se podía alcanzar la mayoría.
¿Qué era el PRI? ¿Qué defendía, a quién representaba, qué ideología tenía?
Ni ellos mismos lo sabían. Por esos años Beatriz Paredes convocó a los priistas a definirse: tres días de convención en Oaxtepec para discutir qué diablos era el PRI.
Al segundo día, dado que no lograron ponerse de acuerdo, con realismo suspendieron la reunión.
El PRI seguiría sin rumbo, como un barco fantasma.
En 2006, frente a Calderón y López Obrador, en el PRI se autoimpuso como candidato el impresentable Roberto Madrazo.
La candidatura de Madrazo garantizaba, y así ocurrió, una derrota mayúscula.
El PRI se fue al tercer lugar. Era el momento de disolverse. Pero como ocurre con personas muy enfermas que antes de morir recuperan por horas su energía para momentos después perecer, el PRI tuvo su última oportunidad durante el sexenio de Calderón.
Una alianza empresarial, cuya punta de lanza fue Televisa, con el PRI impulsó la carrera de Enrique Peña Nieto. En el libro sobre la ‘estafa maestra’ (Planeta, 2020), se demuestra cómo, desde antes de asumir la presidencia, en el PRI ya se estaba planeando cómo sustraer dinero de los programas contra la pobreza extrema para desviarlo a sus campañas.
Así fue todo el sexenio. Una corrupción abierta y franca, sin tapujos, cuya denuncia impulsaría la campaña de López Obrador.
Luego de dos años, el gobierno comenzó a desmoronarse. Al llegar el momento de las campañas por la sucesión, Ricardo Anaya cometió un grave error político al amenazar a Peña Nieto con meterlo a la cárcel.
Es muy posible que entonces se haya gestado el pacto entre Peña Nieto y López Obrador. Impunidad a cambio de soltar los sabuesos de la PGR contra Anaya.
Gobernadores priistas operando a favor de Morena. Al ceder de esa manera el poder, se terminaron las posibilidades del PRI, agotó ya todas sus cartas. Por afinidad ideológica, gran parte de las bases priistas y cuadros medios se fueron a Morena.
Dice Rubén Moreira, secretario general del PRI, que reniegan de haber sido neoliberales y anuncia que ahora son ¿populistas? Cualquier cosa con tal de estar en sintonía con el presidente.
Es muy probable que el PRI pierda en las próximas elecciones las gubernaturas que aún conserva.
No quedará nada del PRI, acaso un puñado de diputados. Se venderá el edificio de Buenavista.
¿Quién se afilia hoy al PRI? ¿Para qué? ¿Qué ofrece? “Somos corruptos pero eficientes”. Hasta ese cartucho quemaron. El PRI debería tranquilamente disolverse, como lágrimas en la lluvia.
Por Fernando García Ramírez